martes, 3 de julio de 2012

Entrevista a JFS


Buscando y rebuscando encontré esta interesante entrevista hecha a JFS por el escritor venezolano JOSÉ SANT ROZ de quien estoy leyendo un libro y que pronto mencionare aquí. Esta entrevista les dará una idea de la persona que era Juan Félix Sánchez, espero la disfruten tanto como yo.

FILOSOFÍA DEL VIEJO

Entre la década de los ochenta y noventa, le hice a Juan Félix no menos de diez entrevistas que fueron publicadas por los diarios “El Nacional”, “El Universal”, “El Globo”, “Frontera”, “El Correo de Los Andes” y “El Vigilante”. Su filosofía y su sentido de la vida eran muy sencillos. Aquí dejo un extracto de ellas:
- ¿Y Doña Bárbara llegó usted a leerla?
  - Yo vine a leer Doña Bárbara ahora recientemente; hará unos siete años, porque un amigo me regaló las obras completas de Rómulo Gallegos.
- ¿Y de Andrés Eloy Blanco, que sabes?
- Nada. Libros de Andrés Eloy no tengo.
- ¿Ni siquiera el poema sobre la Loca Luz Caraballo, lo has leído?
- Nada de nada. Ahora es cuando la mencionan porque han puesto en Apartaderos un monumento. Yo antes no había escuchado mentarla.

Con cuánto gusto se reía Juan Félix, cuando acudían a su mente otros cuentos y bromas. Veamos este chiste que nos cuenta de la época de Gómez:

- Cuando estaban instalando el telégrafo de Barquisimeto a Caracas, resulta que se acabó el alambre. El caporal fue en busca de más material y don Juan Vicente le dijo: "- Mire, vaya a la caballeriza que allí hay alambre; el que necesite lléveselo". Entonces volvió ante Juan Vicente: "General, el alambre que está allí es de púas. No sirve". "- Ah carajo - contestó Gómez-, ¿cómo no me di cuenta que podían romper los telegramas?"
Vuelve a reír con su voz cascajosa. Quédase pensativo: los ojos brillantes y la sonrisa a flor de labios. Se entusiasma con otro:

- Estaba yo en el Potrero, cuando el padre Arturo Sosase presentó con una pareja. Fuimos a visitar la capilla, y al entrar, la señora dijo: "- ¡Pero qué maravilla!" En el acto le contesté: "Así le dijo la Magdalena a San Juan". Quedaron todos curiosos. Más tarde le conté al padre Sosael siguiente verso:

“San Juan y la Magdalena
se fueron a coger mamones
encontraron la mata seca
y se cogieron a pescozones
San Juan se subió a la mata
y se le cayeron los calzones
y dijo la Magdalena:
¡Qué maravilla de mamones!”

¿Buscaste alguna vez la riqueza material, viejo?
-        ¿Qué suple uno con ser rico? El rico entre más tiene más quiere. Y cada vez se aspira a tener más. Su vida se le va en acumular cosas, ¿pero para qué?, si uno vive unos pocos días. Para nada. Los ricos acaban dañando sus sentidos: Primero por lo avarientosos; segundo porque no obran con caridad; tercero porque dejan en pleitos a sus propios seres queridos por asuntos de herencias y reparticiones. Antes la gente se conformaba con su pobreza y sufría con paciencia las estrecheces; ahora la cosa es tener de todo aunque no se sepa para qué; ahora el asunto es figurar, ser importante e imponente.

-        ¿Y tú que tienes tantos hijos por qué no te casaste?

- El matrimonio no es obligatorio. Nunca me llamó la atención de llevar a una mujer al altar. Oiga — y recita un verso: “El casarse no es virtud/ antes es gran necedad/ dejar la libertad/ por la esclavitud”
Ríe a sus anchas el pícaro. Con su mirada bonachona y resignada, completa:

-        La religión no exige que seamos casados; dicen que los casados van a una parte y los no casados a otra. Ya veremos. Yo obedeceré para donde me manden.

¿Y por qué tanto rechazo, mira que yo me he casado tres veces?

No ninguno. Es queel matrimonio es un negocio forzado. A mí nunca me ha tirado la afición por allí. Verdad es que le propuse a una señorita, hasta era muy bonita, pero era por sí o por no, porque me negaba a estar casado. En cuanto a nosotros, Epifania y yo, ninguno estamos interesados en casarnos. De tal modo que llevaremos la vida así. Veamos qué va a pasar cuando se muera el primer soltero - y se ríe -. A mí no me gustó la proposición que un día me hizo el obispo (don Miguel Antonio Salas) porque quería que yo me casara. Yo cumplo lo siguiente: Primero, amar a Dios por sobre todas las cosas y segundo, no jurar su nombre en vano; entonces, ¿por qué motivo casarse hoy si pasado mañana van por esto o por lo otro a divorciarse, habiéndose hecho un juramento de unión eterna ante Dios, de vivir mutuamente y de remediarse el uno al otro en todo momento? Hacer este juramento ante tantas personas y ante la ley del hombre para luego quebrarlo. Pues pa´ nada de eso estoy dispuesto. Y tampoco el matrimonio es prueba de amor. Mejor es tener la libertad de decidir cada cual lo que realmente sienta.
Sobre los curas dijo:

- Uno les debe respeto por tratarse de ministros de Dios. Pero a la vez no dejan de ser como cualquiera de nosotros.
- Pero podría pensarse que por tus afanes haciendo capillas, tallando figuras de santos, y tu devoción a la Virgen, eres fanático de la religión católica.
- Lo poco que hago no es por fantasía ni por fanatismo; tampoco por buscar nombre o que se publique; aspiro a algo que pueda ayudar, sin ningún beneficio para mí. Quizás no haya encontrado la mejor manera de hacerlo.
- ¿Tú serías capaz de confesarte con el párroco de San Rafael?
- No. Él me ha dado qué sentir en cuanto a la capillita. Ha mantenido el interés de cerrarla para que la gente no la visite. Y yo lo que quiero, por el contrario es que se mantenga abierta, para que la conozcan y recen, dentren y salgan; no hay nada que perderse allí; y si algo se pierde Dios verá. Al cura de San Rafael le ha dado por mostrar un interés demasiado grande por la limosna que algunos visitantes dejan en la capillita. Eso es lo que le preocupa. Y según entiendo, el cura lo que quiere es que la gente no deje limosna allí, porque él no tiene parte en ella. Carga una llave y quiere buscar la otra para tener completo dominio del lugar. Me dijo el otro día que quiere que la limosna que dejen en la capillita sea para él, y eso a mí no me sirve, porque la gente la deja con el interés de que se adelante algo en las reparacioncitas. No lo hacen para que se las dé al cura. Por eso no la reparto. Y por eso yo observo que ése es el trinque de él, porque no se le participa de la limosna.

- ¿Desde cuándo la vida de estos pueblos comenzó a trastornarse?
- De LópezContreras para acá comenzó el desasosiego.

- ¿Qué le parece el Gobierno de los militares?
- Bueno, ellos parecen que imponen más respeto; los civiles no tienen ningún mandato.
De pronto, como si recordara algo que le molesta, de los gobiernos, de los partidos políticos, dice:
- A mí, por ejemplo, no me ha gustado ese busto que pusieron allí de Raúl Leoni. Leoni inició la carestía que hoy tenemos; aumentó el salario de los obreros de modo que muchas pequeñas empresas de este lugar quebraron. Los obreros, desde entonces, trabajan poco y cobran mucho. La agricultura se puso cara. Antes la peonada se esmeraba en el trabajo; se fajaba desde las ocho hasta las seis y llevaban la comidita en una marusita hecha de fique.

- ¿Y había ladrones?
- Pocos. Bueno, cuentan que en el hato de Timotes había una cuadrilla de ladrones que mataba a los viajeros; entre esos ladrones estaba un tal Braulio Ramírez que murió en la calle de Timotes. Quedó andando en cuatro manos, y la gente le echaba el pan que él cogía con la boca; lo encontraron ahogado en la acequia que pasaba por la calle.
(Al parecer, el padre de Juan Félix alguna vez le mostró este cuadro horrible a su hijo, para que viera cómo acababan los hombres entregados a las maldades y al crimen).

- ¿Por aquella época venían colombianos por este lugar?
- Muy pocos. Y si venía alguno no se le veía como gente extraña. A Colombia le creíamos como de la propia tierra nuestra. Decir que alguien venía de Colombia, era como decir que venía de Barinas.
Luego de una pausa Juan Félix me dice que apuesta a que en mi casa no me asoleo. “— Pero aquí apetece, ¿verdad?” — agrega, y me pide que arrime mi silla para que también coja un poco de sol.
- A la gente — sigue diciendo — le es penoso ponerse al sol y eso es malo para la salud.

- Raro es que quien vive en las ciudades se percate de ello.
- Así es — responde —, porque están retirados de trabajar la tierra y procuran lo más fácil, cuando no se dan cuenta de que viven mal, esclavizados de la hora y del mal vivir. Por buscar la arepita, se esclavizan.
- Entonces usted no viviría en la ciudad...
- Nunca. Mire usted que ahora no hay pobrería. Antes, la familia pobre era humilde y generosa; la pobreza es necesaria. Es decir, no se debe pretender tener más de lo necesario. Los ricos viven mal porque piensan demasiado en el dinero y, teniendo mucho, quieren más. Lo importante es que haya la sustentación; lo suficiente para el día. ¿Para qué más?
Y recalca:

- Lo que ha dañado a la humanidad es la pretensión de querer más de lo necesario. Si alguien es avaricioso, Dios le da de más para que viva sólo de lujos. El lujo es lo que perjudica. Antes se vivía pobremente, pero tranquilo. Ahora vemos familias que carecen de medios, pero no lo van a demostrar para no ser menos que el vecino. La pobreza, sabiéndola llevar, nos trae paz, tranquilidad a la conciencia. Lo malo es que la pobreza cada vez más se vaya pareciendo a la miseria.

- ¿Le ha hecho algún bien la fama que tiene en estos momentos?
- No. Nunca me ha interesado la fama. Yo hacía mis cositas sin pensar más que en hacerlas bien. Con decirle que más bien me pesa la fama porque nunca me ha gustado el orgullo, sino vivir medianamente.

- ¿Cómo ve la educación de los jóvenes?
De inmediato responde:
- Con decirle que no hay educación. Yo recuerdo que antes el padre de familia procuraba educar y el niño crecía respetuoso. La gente de ahora es guapa por mal sentido, porque no tiene a quién temer.
 - ¿Qué piensa de los nuevos profesionales?
- Que uno tiene derecho a ganarse la vida, pero no lucrarse. Los profesionales de ahora piensan poco en el servicio y ganar en exceso. Los médicos, por ejemplo, deberían cobrar en caso de que el enfermo mejore. La medicina me parece un cálculo... Los abogados no hacen sino robar a la humanidad. Esta profesión es malísima, la menos que me agrada.
- ¿Qué le hubiera gustado estudiar?
- A mí me hubiera gustado ser médico, pero legalmente; si el paciente mejora, que pague; si no, no. O también cura, cumpliendo con los deberes que ordena la religión católica.
- ¿Y la política?
- ¡Nada! — tajantemente—. El político no busca sino enorgullecerse y ver cómo produce para su persona. A veces está contra la paz con el solo fin de sacar provecho. La paz la interrumpen hombres poderosos y egoístas.
Se queda en silencio, baja la vista y añade:
-        A mí no me interesan los gobiernos; nunca cumplen lo que ofrecen. Al gobierno de Dios es al que uno debe atenerse.
— Y el mundo moderno, con tantos aparatos, ¿qué le parece?
— Lo moderno trae mucha vanidad. Tuve una vez un carro y desprecié manejar; no me tiró la afición.
— ¿Y la televisión?
— ¿Qué suple uno con eso?
— ¿Y escuchar las noticias por la radio?
— ¿Qué remedia uno con saberlas? ¿Qué puede uno hacer con lo que pasa en la China? Lo moderno no trae ni paz, ni respeto, ni consideración.
— ¿Le gusta leer?
— Sí, me gusta, pero no hay libro, por bueno que sea, que no diga mentiras.
¿Hasta la Biblia trae mentiras, Juan Félix?
— Hasta la Biblia le agregan sus mentiras — contesta —. Quizá los de aritmética sean los únicos libros que no mienten... Lo que más me gustaba estudiar era aritmética. Yo me ponía a sacar cuentas y después me entretenía rectificándolas. Y en esto pasaba el tiempo. Lo importante es aprovechar el tiempo. Yo cuando estaba ocioso, me sentía intranquilo. Pero escribir es muy necesario, es un acatamiento a la humanidad. Yo mismo llevo un diario de lo necesario —me mira fijo al tiempo que sonríe, y agrega:— ¿Quiere verlo?
Le pido que no se moleste, que luego lo veremos; él continúa:
— El diario de El Tisure lo llevo desde el año 52, cuando la Virgen de Coromoto cumplió tres siglos de haber aparecido. Llevo también un diario aquí en San Rafael, desde cuando empezaron a hacer la capilla; ése es el que le voy a enseñar.
—Algunos turistas se llevan piedras de la capilla, echan basura en la quebrada que está al lado de la casa de El Potrero; esto no es conveniente —nos va contando sobre el estado en que se encuentra El Tisure.
Como para disculparse un poco, añade que no ha visto nada malo “de los forasteros”; sin embargo, apunta: Echo de ver mucho, una piedrita que era como una palomita y así otras cosas. Además, a la gente hay que decirle que cuando tomen fotografías y destapen las tallas de El Calvario, las vuelvan a tapar. Se dañan expuestas al sol y al viento. No está malo advertirlo.
—La situación de El Tisure se está volviendo una calamidad —aclaró Martín—. Es necesario que alguien diga a la gente que quiere visitarnos, lo que debe llevar. Se nos presentan turistas gringos buscando posada y comida, cuando allí sólo existe el rancho de Juan Félix, y esta maldad la hacen algunas personas de San Rafael o de un poco más abajo, que les dicen a los forasteros que allá en El Tisure hay de todo: alojamiento y restaurante. Gente de Caracas y el centro se presentan sin la ropa adecuada y, con tanto frío lo que van es a sufrir. Algunos han llevado escopetas, creyendo que aquello es un club de tiro. Otros rayan las piedras de la capilla, y no entierran la basura. Llevaron una vez a una señora embarazada para que pasara una temporada de reposo.
Completó una estudiante recién llegada del lugar, que algunos se han dado a la tarea de especular con el alquiler de las bestias y de los guías.
Juan Félix no tiene suerte con las promesas del Gobierno: ¡Desde cuándo ofrecieron hacer un refugio en El Tisure para los visitantes! Documentos, cartas, antesalas al gobernador William Dávila Barriosy... naranjas. Luego el otro, y ahora con el gobernador Casanovasucede igual.
El mismo nos cuenta:
—Al nuevo gobernador le escribí una carta desde El Potrero y hasta el presente no he tenido contestación. Le pedía que pusiera algún vigilante en el sector de la capilla de San Rafael, donde muchachitos y rascaítos se reúnen para pedir dinero en mi nombre. Gente también que instala su mercadito haciendo de mi nombre y de mi trabajo un negocio que no me conviene. Yo le encargué al prefecto que enviara un agente para cuidar la capillita, pero no obra; eso no me conviene, pasar la vergüenza de que unos niños pidan dinero diciendo que son hijos míos o sobrinos. Tampoco, que los turistas arranquen las piedras de las paredes o las rayen poniendo sus nombres.
Tratando el punto, interrumpió la conversación una señora rodeada de niños como pollitos: “Buenas tardes” y los niños uno a uno fueron pidiendo la bendición a Juan Félix. El noble anciano dijo a la señora que tomara asiento y ésta respondió:
—No, si ya me voy.
—Entonces, ¿para qué vino? —  le preguntó sonriendo Juan Félix —.
Habiendo perdido el hilo del tema de El Tisure, le consulté si a su edad sufría de desvelo.
— En El Potrero duermo bien, pero cuando estoy en San Rafael y Mérida me cuesta un poco. Será porque me llegan proposiciones o cuentos de alguna persona y esto me pone a pensar demasiado. Cuando no hay visitas en El Potrero, me acuesto a las 9 de la noche y me levanto a las 7.
— ¿Y asiste a misa en su capilla de El Tisure?
— Cuando va algún cura. Hace poco fue un cura de San Juan de las Galdonas (Estado Sucre) y celebraron tres misas. Otras veces oro solo.
— ¿Y en qué dedica mayormente el tiempo?
— Lo que puedo hacer son cobijas; la vista la tengo muy falla para ponerme a tallar. Me gusta el oficio de tejer para entretenerme; de resto no hago nada más.
— ¿Vende sus cobijas?
— Sí. Las vendo allá mismo, y el mínimo valor que pido es de dos mil bolívares por cada cobija. Ahora mismo tengo mucho compromiso.
— ¿Y sillas?
— También hago cuando Martín encuentra algún palo bonito. Algunos se las llevan fiadas, pero no quisiera que fuera así. La última silla se la llevó mi amigo Dennis. Me dijo: “Juan Félix, esto me lo llevo”, y mandó a pedir una bestia.
—¿Se la canceló?
—No, me dijo que se la llevaba nada más. Debe haberle gustado. A nadie le he exigido nada; si a alguien le gusta una cosa mía, para qué mencionar nada; que lo lleve. Pero quisiera que en el futuro esas cositas las coloquen luego en el museo que van hacer en San Rafael, como le dije.
—¿De salud cómo se siente?
—La vista corta, y la dolencia en la rodilla, y para caminar, una asfixia mala.
—¿Qué aspiración tiene a sus años?
—Me tanteo que ya no puedo trabajar, aunque voluntad me sobra. Desearía dejar recuerdos a favor de la humanidad; pero si ahora me dedico a algo no quiero dejarlo a medias porque se percibe que a la gente no le interesa continuar lo que hago. En este pueblo de San Rafael no le debo nada a nadie; más bien me deben. La gente que me ha ayudado es mayormente de Caracas.
—¿No ve usted adelanto en su pueblo?
—Nada. Me da lástima cómo tienen a la plaza de San Rafael. (Hace poco unos funcionarios del Gobierno cortaron los hermosos pinos de la plaza Bolívarde este pueblo. Un acto que, a pesar de ser prevenido por la prensa, no pudo contener la salvajada oficial).
Juan Félix continúa:
—Cortaron los arbolitos, que si no eran bonitos tampoco eran feos. No debieron hacer eso. Yo me pusiera a arreglar cosas, pero nadie me va a entender; en la casa de mis padres me robaron documentos y letras donde constaban préstamos que había hecho. Los sacaron de una cajita de lata.
Luego de una larga pausa Juan Félix se pone de pie, va hacia uno de los cuartos y vuelve con una bolsa de plástico roja donde trae unos cuadernos un tanto viejos y húmedos. Yo había olvidado que quería mostrarme el diario que lleva en San Rafael. Me pasa uno de aquellos cuadernos gastados por el lomo (de los que costaban un real) y allí leo en la primera página:
- “Este cuaderno es para anotar todo lo concerniente a la construcción referente a la capilla para la Virgen de Coromoto en la salida de para arriba de San Rafael de Mucuchíes. Todo bien especificado, según se vayan presentando al respecto las cosas, grandes o pequeñas, buenas o malas, bonito o feo, mucho o poco, respectivamente. Amén”.
— ¿Qué le parece a usted la vida que le ha tocado?
— Por más que uno sufra, no desea morirse.
— ¿Y a qué cree usted que se deba eso?
— A que más vale malo conocido que bueno por conocer.
— Dicen que la vejez es la edad de la paz, de la madurez...
— Es la peor edad. Tiene uno que pensar en la ida.
— ¿Cree usted en el infierno?
— Sí — sonríe y completa: —A veces pienso que me tienen en una lista.
— ¿Cree usted que la idea de que exista un infierno es necesaria?
- Claro, porque debe haber una sustentación; si no, el hombre hace lo que le da la gana. Cuando estaba chiquito me asustaban con la coca y en algo esto me enderezaba la conducta. Porque si todo se deja a discreción, vamos perdidos.
       Esta observación me hace recordar al escritor Diego de Torres Villarroel quien dice que el palo y el azote tiene más buena gente que los consejos y los agasajos y que el loco por la pena es cuerdo. Se lo digo al viejo y me dice que está de acuerdo. Por cierto que allí se había arrimado una señora campesina que estaba silenciosa escuchando nuestra conversación y mete su cuchara: “- Pero dígame usted los que ha inventado ahora, y que quemar a la gente cuando muera; eso, inciniestrarla algo así; que es meterlos en el Infierno antes de que Dios lo decida”.
— ¿Cree usted que haya vida después de la muerte?
— Yo creo que hay vida espiritual después de la ida.
— En fin, ¿tiene usted miedo a la muerte?
— Pues claro, pero no puede uno escaparse.
— ¿Tiene usted suerte con las mujeres?
— Poca, ni nada.
— ¿A qué lo atribuye?
— A que he sido descuidado.
— Pero, ¿y a qué se debe que tanta joven llegue y le abrace tan cariñosamente?
— No haga cuenta, que todo eso es provisional.
Juan Félix dice que la seriedad no debe exagerarse; que la vida hay que llevarla con un poco de humor. Una joven, muy bonita, del pueblo de San Rafael y que se ha sentado a su lado, le dice en tono de broma: "es mejor que usted no vaya al cielo, porque en el cielo no se puede tener novia”.
— Mejor- le responde Juan Félix.
— Mire Juan Félix — le dice la joven —, las mujeres pueden vivir sin los hombres, pero lo contrario no es posible.
— Cada uno tiene derecho a favorecerse — contesta juguetón —. Yo lo que digo es que todas las mujeres van para el infierno y los hombres pasamos de lejito.
Sin dejar de bromear, agregó:
— Es muy poca la diferencia entre las mujeres y el diablo; mientras más uno más las retira se nos empecinan y regresan, y además se ofenden.
La joven sonríe y le contesta:
— A ustedes los hombres les cuestan aceptar la verdad.
— ¿Qué verdad? Le digo que más bien son los hombres los que se ven obligados a aceptar a las mujeres y a veces tienen que hacer hasta lo imposible para soportarlas. Después que nos sale caro el sacrificio, arrepentirse, ¿para qué?
—Dígame —insiste la joven—, a usted le duele la verdad. Por ejemplo, usted es viejo.
—No, yo no soy viejo; soy Juan Félix —contesta sin dejar de sonreír—.
—La verdad duele —insiste la joven—.
—No me duele. La verdad no duele dándose uno cuenta. Considerando que es la verdad, no duele.
Y así nos despedimos, llenos de verdades simples, propias de la sabiduría de los antiguos griegos. Durante el regreso a Mérida no hacíamos más que repetir: la verdad no duele dándose uno cuenta; considerando que es la verdad, no duele.

Y unas fotitos


Epifanía Gil, señora de Juan Féliz Sánchez

Juan Félix Sánchez junto a su señora Epifanía Gil

1 comentario:

  1. Me caería re-bien este abuelo! que Simpaticon!
    que buena entrevista ;)

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