Buscando y rebuscando
encontré esta interesante entrevista hecha a JFS por el escritor venezolano
JOSÉ SANT ROZ de quien estoy leyendo un libro y que pronto mencionare aquí.
Esta entrevista les dará una idea de la persona que era Juan Félix Sánchez,
espero la disfruten tanto como yo.
FILOSOFÍA DEL VIEJO
Entre la década de los
ochenta y noventa, le hice a Juan Félix no menos de diez entrevistas que fueron
publicadas por los diarios “El Nacional”, “El Universal”, “El Globo”,
“Frontera”, “El Correo de Los Andes” y “El Vigilante”. Su filosofía y su
sentido de la vida eran muy sencillos. Aquí dejo un extracto de ellas:
- ¿Y Doña Bárbara
llegó usted a leerla?
- Yo vine a leer Doña Bárbara ahora recientemente; hará unos
siete años, porque un amigo me regaló las obras completas de Rómulo Gallegos.
- ¿Y de Andrés Eloy
Blanco, que sabes?
- Nada. Libros de Andrés
Eloy no tengo.
- ¿Ni siquiera el poema
sobre la Loca Luz Caraballo, lo has leído?
- Nada de nada. Ahora es
cuando la mencionan porque han puesto en Apartaderos un monumento. Yo antes no
había escuchado mentarla.
Con cuánto gusto se reía
Juan Félix, cuando acudían a su mente otros cuentos y bromas. Veamos este
chiste que nos cuenta de la época de Gómez:
- Cuando estaban instalando
el telégrafo de Barquisimeto a Caracas, resulta que se acabó el alambre. El
caporal fue en busca de más material y don Juan Vicente le dijo: "- Mire,
vaya a la caballeriza que allí hay alambre; el que necesite lléveselo".
Entonces volvió ante Juan Vicente: "General, el alambre que está allí es
de púas. No sirve". "- Ah carajo - contestó Gómez-, ¿cómo no me di
cuenta que podían romper los telegramas?"
Vuelve a reír con su voz
cascajosa. Quédase pensativo: los ojos brillantes y la sonrisa a flor de
labios. Se entusiasma con otro:
- Estaba yo en el Potrero,
cuando el padre Arturo Sosase presentó con una pareja. Fuimos a visitar la
capilla, y al entrar, la señora dijo: "- ¡Pero qué maravilla!" En el
acto le contesté: "Así le dijo la Magdalena a San Juan". Quedaron
todos curiosos. Más tarde le conté al padre Sosael siguiente verso:
“San Juan y la Magdalena
se fueron a coger
mamones
encontraron la mata seca
y se cogieron a
pescozones
San Juan se subió a la
mata
y se le cayeron los
calzones
y dijo la Magdalena:
¡Qué maravilla de
mamones!”
¿Buscaste alguna vez la riqueza material, viejo?
-
¿Qué suple uno con ser rico? El rico entre más tiene más quiere. Y cada vez se
aspira a tener más. Su vida se le va en acumular cosas, ¿pero para qué?, si uno
vive unos pocos días. Para nada. Los ricos acaban dañando sus sentidos: Primero
por lo avarientosos; segundo porque no obran con caridad; tercero porque dejan
en pleitos a sus propios seres queridos por asuntos de herencias y
reparticiones. Antes la gente se conformaba con su pobreza y sufría con
paciencia las estrecheces; ahora la cosa es tener de todo aunque no se sepa
para qué; ahora el asunto es figurar, ser importante e imponente.
-
¿Y tú que tienes tantos hijos por qué no te casaste?
- El matrimonio no es obligatorio. Nunca me llamó la
atención de llevar a una mujer al altar. Oiga — y recita un verso: “El
casarse no es virtud/ antes es gran necedad/ dejar la libertad/ por la
esclavitud”
Ríe a sus anchas el pícaro.
Con su mirada bonachona y resignada, completa:
-
La religión no exige que seamos casados; dicen que los casados van a una parte
y los no casados a otra. Ya veremos. Yo obedeceré para donde me manden.
¿Y por qué tanto rechazo, mira que yo me he casado tres veces?
No ninguno. Es queel
matrimonio es un negocio forzado. A mí nunca me ha tirado la afición por allí.
Verdad es que le propuse a una señorita, hasta era muy bonita, pero era por sí
o por no, porque me negaba a estar casado. En cuanto a nosotros, Epifania y yo,
ninguno estamos interesados en casarnos. De tal modo que llevaremos la vida
así. Veamos qué va a pasar cuando se muera el primer soltero - y se ríe -. A mí
no me gustó la proposición que un día me hizo el obispo (don Miguel Antonio
Salas) porque quería que yo me casara. Yo cumplo lo siguiente: Primero, amar a
Dios por sobre todas las cosas y segundo, no jurar su nombre en vano; entonces,
¿por qué motivo casarse hoy si pasado mañana van por esto o por lo otro a
divorciarse, habiéndose hecho un juramento de unión eterna ante Dios, de vivir
mutuamente y de remediarse el uno al otro en todo momento? Hacer este juramento
ante tantas personas y ante la ley del hombre para luego quebrarlo. Pues pa´
nada de eso estoy dispuesto. Y tampoco el matrimonio es prueba de amor. Mejor
es tener la libertad de decidir cada cual lo que realmente sienta.
Sobre los curas dijo:
- Uno les debe respeto por
tratarse de ministros de Dios. Pero a la vez no dejan de ser como cualquiera de
nosotros.
- Pero podría pensarse que
por tus afanes haciendo capillas, tallando figuras de santos, y tu devoción a
la Virgen, eres fanático de la religión católica.
- Lo poco que hago no es por
fantasía ni por fanatismo; tampoco por buscar nombre o que se publique; aspiro
a algo que pueda ayudar, sin ningún beneficio para mí. Quizás no haya
encontrado la mejor manera de hacerlo.
- ¿Tú serías capaz de
confesarte con el párroco de San Rafael?
- No. Él me ha dado qué
sentir en cuanto a la capillita. Ha mantenido el interés de cerrarla para que
la gente no la visite. Y yo lo que quiero, por el contrario es que se mantenga
abierta, para que la conozcan y recen, dentren y salgan; no hay nada que
perderse allí; y si algo se pierde Dios verá. Al cura de San Rafael le ha dado
por mostrar un interés demasiado grande por la limosna que algunos visitantes
dejan en la capillita. Eso es lo que le preocupa. Y según entiendo, el cura lo
que quiere es que la gente no deje limosna allí, porque él no tiene parte en
ella. Carga una llave y quiere buscar la otra para tener completo dominio del
lugar. Me dijo el otro día que quiere que la limosna que dejen en la capillita
sea para él, y eso a mí no me sirve, porque la gente la deja con el interés de
que se adelante algo en las reparacioncitas. No lo hacen para que se las dé al
cura. Por eso no la reparto. Y por eso yo observo que ése es el trinque de él,
porque no se le participa de la limosna.
- ¿Desde cuándo la
vida de estos pueblos comenzó a trastornarse?
- De LópezContreras para acá
comenzó el desasosiego.
- ¿Qué le parece el
Gobierno de los militares?
- Bueno, ellos parecen que
imponen más respeto; los civiles no tienen ningún mandato.
De pronto, como si recordara
algo que le molesta, de los gobiernos, de los partidos políticos, dice:
- A mí, por ejemplo, no me
ha gustado ese busto que pusieron allí de Raúl Leoni. Leoni inició la carestía
que hoy tenemos; aumentó el salario de los obreros de modo que muchas pequeñas
empresas de este lugar quebraron. Los obreros, desde entonces, trabajan poco y
cobran mucho. La agricultura se puso cara. Antes la peonada se esmeraba en el
trabajo; se fajaba desde las ocho hasta las seis y llevaban la comidita en una
marusita hecha de fique.
- ¿Y había ladrones?
- Pocos. Bueno, cuentan que
en el hato de Timotes había una cuadrilla de ladrones que mataba a los
viajeros; entre esos ladrones estaba un tal Braulio Ramírez que murió en la
calle de Timotes. Quedó andando en cuatro manos, y la gente le echaba el pan
que él cogía con la boca; lo encontraron ahogado en la acequia que pasaba por
la calle.
(Al parecer, el padre de
Juan Félix alguna vez le mostró este cuadro horrible a su hijo, para que viera
cómo acababan los hombres entregados a las maldades y al crimen).
- ¿Por aquella época
venían colombianos por este lugar?
- Muy pocos. Y si venía
alguno no se le veía como gente extraña. A Colombia le creíamos como de la
propia tierra nuestra. Decir que alguien venía de Colombia, era como decir que
venía de Barinas.
Luego de una pausa Juan
Félix me dice que apuesta a que en mi casa no me asoleo. “— Pero aquí apetece,
¿verdad?” — agrega, y me pide que arrime mi silla para que también coja un poco
de sol.
- A la gente — sigue
diciendo — le es penoso ponerse al sol y eso es malo para la salud.
- Raro es que quien
vive en las ciudades se percate de ello.
- Así es — responde —,
porque están retirados de trabajar la tierra y procuran lo más fácil, cuando no
se dan cuenta de que viven mal, esclavizados de la hora y del mal vivir. Por
buscar la arepita, se esclavizan.
- Entonces usted no
viviría en la ciudad...
- Nunca. Mire usted que
ahora no hay pobrería. Antes, la familia pobre era humilde y generosa; la
pobreza es necesaria. Es decir, no se debe pretender tener más de lo necesario.
Los ricos viven mal porque piensan demasiado en el dinero y, teniendo mucho,
quieren más. Lo importante es que haya la sustentación; lo suficiente para el
día. ¿Para qué más?
Y recalca:
- Lo que ha dañado a la
humanidad es la pretensión de querer más de lo necesario. Si alguien es
avaricioso, Dios le da de más para que viva sólo de lujos. El lujo es lo que
perjudica. Antes se vivía pobremente, pero tranquilo. Ahora vemos familias que
carecen de medios, pero no lo van a demostrar para no ser menos que el vecino.
La pobreza, sabiéndola llevar, nos trae paz, tranquilidad a la conciencia. Lo
malo es que la pobreza cada vez más se vaya pareciendo a la miseria.
- ¿Le ha hecho algún
bien la fama que tiene en estos momentos?
- No. Nunca me ha interesado
la fama. Yo hacía mis cositas sin pensar más que en hacerlas bien. Con decirle
que más bien me pesa la fama porque nunca me ha gustado el orgullo, sino vivir
medianamente.
- ¿Cómo ve la
educación de los jóvenes?
De inmediato responde:
- Con decirle que no hay
educación. Yo recuerdo que antes el padre de familia procuraba educar y el niño
crecía respetuoso. La gente de ahora es guapa por mal sentido, porque no tiene
a quién temer.
- ¿Qué piensa de los
nuevos profesionales?
- Que uno tiene derecho a
ganarse la vida, pero no lucrarse. Los profesionales de ahora piensan poco en
el servicio y ganar en exceso. Los médicos, por ejemplo, deberían cobrar en
caso de que el enfermo mejore. La medicina me parece un cálculo... Los abogados
no hacen sino robar a la humanidad. Esta profesión es malísima, la menos que me
agrada.
- ¿Qué le hubiera
gustado estudiar?
- A mí me hubiera gustado
ser médico, pero legalmente; si el paciente mejora, que pague; si no, no. O
también cura, cumpliendo con los deberes que ordena la religión católica.
- ¿Y la política?
- ¡Nada! — tajantemente—. El
político no busca sino enorgullecerse y ver cómo produce para su persona. A
veces está contra la paz con el solo fin de sacar provecho. La paz la
interrumpen hombres poderosos y egoístas.
Se queda en silencio, baja
la vista y añade:
-
A mí no me interesan los gobiernos; nunca cumplen lo que ofrecen. Al gobierno
de Dios es al que uno debe atenerse.
— Y el mundo
moderno, con tantos aparatos, ¿qué le parece?
— Lo moderno trae mucha
vanidad. Tuve una vez un carro y desprecié manejar; no me tiró la afición.
— ¿Y la televisión?
— ¿Qué suple uno con eso?
— ¿Y escuchar las
noticias por la radio?
— ¿Qué remedia uno con
saberlas? ¿Qué puede uno hacer con lo que pasa en la China? Lo moderno no trae
ni paz, ni respeto, ni consideración.
— ¿Le gusta leer?
— Sí, me gusta, pero no hay
libro, por bueno que sea, que no diga mentiras.
— ¿Hasta la Biblia
trae mentiras, Juan Félix?
— Hasta la Biblia le agregan
sus mentiras — contesta —. Quizá los de aritmética sean los únicos libros que
no mienten... Lo que más me gustaba estudiar era aritmética. Yo me ponía a
sacar cuentas y después me entretenía rectificándolas. Y en esto pasaba el
tiempo. Lo importante es aprovechar el tiempo. Yo cuando estaba ocioso, me
sentía intranquilo. Pero escribir es muy necesario, es un acatamiento a la
humanidad. Yo mismo llevo un diario de lo necesario —me mira fijo al tiempo que
sonríe, y agrega:— ¿Quiere verlo?
Le pido que no se moleste,
que luego lo veremos; él continúa:
— El diario de El Tisure lo
llevo desde el año 52, cuando la Virgen de Coromoto cumplió tres siglos de
haber aparecido. Llevo también un diario aquí en San Rafael, desde cuando
empezaron a hacer la capilla; ése es el que le voy a enseñar.
—Algunos turistas se llevan
piedras de la capilla, echan basura en la quebrada que está al lado de la casa
de El Potrero; esto no es conveniente —nos va contando sobre el estado en que
se encuentra El Tisure.
Como para disculparse un
poco, añade que no ha visto nada malo “de los forasteros”; sin embargo, apunta:
Echo de ver mucho, una piedrita que era como una palomita y así otras cosas.
Además, a la gente hay que decirle que cuando tomen fotografías y destapen las
tallas de El Calvario, las vuelvan a tapar. Se dañan expuestas al sol y al
viento. No está malo advertirlo.
—La situación de El Tisure
se está volviendo una calamidad —aclaró Martín—. Es necesario que alguien diga
a la gente que quiere visitarnos, lo que debe llevar. Se nos presentan turistas
gringos buscando posada y comida, cuando allí sólo existe el rancho de Juan
Félix, y esta maldad la hacen algunas personas de San Rafael o de un poco más
abajo, que les dicen a los forasteros que allá en El Tisure hay de todo:
alojamiento y restaurante. Gente de Caracas y el centro se presentan sin la
ropa adecuada y, con tanto frío lo que van es a sufrir. Algunos han llevado
escopetas, creyendo que aquello es un club de tiro. Otros rayan las piedras de
la capilla, y no entierran la basura. Llevaron una vez a una señora embarazada
para que pasara una temporada de reposo.
Completó una estudiante
recién llegada del lugar, que algunos se han dado a la tarea de especular con
el alquiler de las bestias y de los guías.
Juan Félix no tiene suerte
con las promesas del Gobierno: ¡Desde cuándo ofrecieron hacer un refugio en El
Tisure para los visitantes! Documentos, cartas, antesalas al gobernador William
Dávila Barriosy... naranjas. Luego el otro, y ahora con el gobernador
Casanovasucede igual.
El mismo nos cuenta:
—Al nuevo gobernador le
escribí una carta desde El Potrero y hasta el presente no he tenido
contestación. Le pedía que pusiera algún vigilante en el sector de la capilla
de San Rafael, donde muchachitos y rascaítos se reúnen para pedir dinero en mi
nombre. Gente también que instala su mercadito haciendo de mi nombre y de mi
trabajo un negocio que no me conviene. Yo le encargué al prefecto que enviara
un agente para cuidar la capillita, pero no obra; eso no me conviene, pasar la
vergüenza de que unos niños pidan dinero diciendo que son hijos míos o
sobrinos. Tampoco, que los turistas arranquen las piedras de las paredes o las
rayen poniendo sus nombres.
Tratando el punto,
interrumpió la conversación una señora rodeada de niños como pollitos: “Buenas
tardes” y los niños uno a uno fueron pidiendo la bendición a Juan Félix. El
noble anciano dijo a la señora que tomara asiento y ésta respondió:
—No, si ya me voy.
—Entonces, ¿para qué vino?
— le preguntó sonriendo Juan Félix —.
Habiendo perdido el hilo del
tema de El Tisure, le consulté si a su edad sufría de desvelo.
— En El Potrero duermo bien,
pero cuando estoy en San Rafael y Mérida me cuesta un poco. Será porque me
llegan proposiciones o cuentos de alguna persona y esto me pone a pensar
demasiado. Cuando no hay visitas en El Potrero, me acuesto a las 9 de la noche
y me levanto a las 7.
— ¿Y asiste a misa
en su capilla de El Tisure?
— Cuando va algún cura. Hace
poco fue un cura de San Juan de las Galdonas (Estado Sucre) y celebraron tres
misas. Otras veces oro solo.
— ¿Y en qué dedica
mayormente el tiempo?
— Lo que puedo hacer son
cobijas; la vista la tengo muy falla para ponerme a tallar. Me gusta el oficio
de tejer para entretenerme; de resto no hago nada más.
— ¿Vende sus cobijas?
— Sí. Las vendo allá mismo,
y el mínimo valor que pido es de dos mil bolívares por cada cobija. Ahora mismo
tengo mucho compromiso.
— ¿Y sillas?
— También hago cuando Martín
encuentra algún palo bonito. Algunos se las llevan fiadas, pero no quisiera que
fuera así. La última silla se la llevó mi amigo Dennis. Me dijo: “Juan Félix,
esto me lo llevo”, y mandó a pedir una bestia.
—¿Se la canceló?
—No, me dijo que se la
llevaba nada más. Debe haberle gustado. A nadie le he exigido nada; si a
alguien le gusta una cosa mía, para qué mencionar nada; que lo lleve. Pero
quisiera que en el futuro esas cositas las coloquen luego en el museo que van
hacer en San Rafael, como le dije.
—¿De salud cómo se
siente?
—La vista corta, y la
dolencia en la rodilla, y para caminar, una asfixia mala.
—¿Qué aspiración
tiene a sus años?
—Me tanteo que ya no puedo
trabajar, aunque voluntad me sobra. Desearía dejar recuerdos a favor de la
humanidad; pero si ahora me dedico a algo no quiero dejarlo a medias porque se
percibe que a la gente no le interesa continuar lo que hago. En este pueblo de
San Rafael no le debo nada a nadie; más bien me deben. La gente que me ha
ayudado es mayormente de Caracas.
—¿No ve usted
adelanto en su pueblo?
—Nada. Me da lástima cómo
tienen a la plaza de San Rafael. (Hace poco unos funcionarios del Gobierno
cortaron los hermosos pinos de la plaza Bolívarde este pueblo. Un acto que, a
pesar de ser prevenido por la prensa, no pudo contener la salvajada oficial).
Juan Félix continúa:
—Cortaron los arbolitos, que
si no eran bonitos tampoco eran feos. No debieron hacer eso. Yo me pusiera a
arreglar cosas, pero nadie me va a entender; en la casa de mis padres me
robaron documentos y letras donde constaban préstamos que había hecho. Los
sacaron de una cajita de lata.
Luego de una larga pausa
Juan Félix se pone de pie, va hacia uno de los cuartos y vuelve con una bolsa
de plástico roja donde trae unos cuadernos un tanto viejos y húmedos. Yo había
olvidado que quería mostrarme el diario que lleva en San Rafael. Me pasa uno de
aquellos cuadernos gastados por el lomo (de los que costaban un real) y allí
leo en la primera página:
- “Este cuaderno es para
anotar todo lo concerniente a la construcción referente a la capilla para la
Virgen de Coromoto en la salida de para arriba de San Rafael de Mucuchíes. Todo
bien especificado, según se vayan presentando al respecto las cosas, grandes o
pequeñas, buenas o malas, bonito o feo, mucho o poco, respectivamente. Amén”.
— ¿Qué le parece a
usted la vida que le ha tocado?
— Por más que uno sufra, no
desea morirse.
— ¿Y a qué cree
usted que se deba eso?
— A que más vale malo
conocido que bueno por conocer.
— Dicen que la vejez
es la edad de la paz, de la madurez...
— Es la peor edad. Tiene uno
que pensar en la ida.
— ¿Cree usted en el infierno?
— Sí — sonríe y completa: —A
veces pienso que me tienen en una lista.
— ¿Cree usted que la
idea de que exista un infierno es necesaria?
- Claro, porque debe haber
una sustentación; si no, el hombre hace lo que le da la gana. Cuando estaba
chiquito me asustaban con la coca y en algo esto me enderezaba la conducta.
Porque si todo se deja a discreción, vamos perdidos.
Esta observación me hace recordar al escritor Diego de Torres Villarroel quien
dice que el palo y el azote tiene más buena gente que los consejos y los
agasajos y que el loco por la pena es cuerdo. Se lo digo al viejo y me dice que
está de acuerdo. Por cierto que allí se había arrimado una señora campesina que
estaba silenciosa escuchando nuestra conversación y mete su cuchara: “- Pero
dígame usted los que ha inventado ahora, y que quemar a la gente cuando muera;
eso, inciniestrarla algo así; que es meterlos en el Infierno antes de
que Dios lo decida”.
— ¿Cree usted que
haya vida después de la muerte?
— Yo creo que hay vida espiritual
después de la ida.
— En fin, ¿tiene
usted miedo a la muerte?
— Pues claro, pero no puede
uno escaparse.
— ¿Tiene usted
suerte con las mujeres?
— Poca, ni nada.
— ¿A qué lo
atribuye?
— A que he sido descuidado.
— Pero, ¿y a qué se
debe que tanta joven llegue y le abrace tan cariñosamente?
— No haga cuenta, que todo
eso es provisional.
Juan Félix dice que la
seriedad no debe exagerarse; que la vida hay que llevarla con un poco de humor.
Una joven, muy bonita, del pueblo de San Rafael y que se ha sentado a su lado,
le dice en tono de broma: "es mejor que usted no vaya al cielo, porque en
el cielo no se puede tener novia”.
— Mejor- le responde Juan
Félix.
— Mire Juan Félix — le dice
la joven —, las mujeres pueden vivir sin los hombres, pero lo contrario no es
posible.
— Cada uno tiene derecho a
favorecerse — contesta juguetón —. Yo lo que digo es que todas las mujeres van
para el infierno y los hombres pasamos de lejito.
Sin dejar de bromear,
agregó:
— Es muy poca la diferencia
entre las mujeres y el diablo; mientras más uno más las retira se nos empecinan
y regresan, y además se ofenden.
La joven sonríe y le
contesta:
— A ustedes los hombres les
cuestan aceptar la verdad.
— ¿Qué verdad? Le digo que
más bien son los hombres los que se ven obligados a aceptar a las mujeres y a
veces tienen que hacer hasta lo imposible para soportarlas. Después que nos
sale caro el sacrificio, arrepentirse, ¿para qué?
—Dígame —insiste la joven—,
a usted le duele la verdad. Por ejemplo, usted es viejo.
—No, yo no soy viejo; soy
Juan Félix —contesta sin dejar de sonreír—.
—La verdad duele —insiste la
joven—.
—No me duele. La verdad no
duele dándose uno cuenta. Considerando que es la verdad, no duele.
Y así nos despedimos, llenos
de verdades simples, propias de la sabiduría de los antiguos griegos. Durante
el regreso a Mérida no hacíamos más que repetir: la verdad no duele dándose uno
cuenta; considerando que es la verdad, no duele.
Y unas fotitos
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Epifanía Gil, señora de Juan Féliz Sánchez |
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Juan Félix Sánchez junto a su señora Epifanía Gil |